miércoles, 13 de abril de 2011

Analogías


El cobrador y las presiones de hoy en día

En el camino a casa me desparramé en mi asiento del micro para descansar por lo menos un rato. No me gustaba mi asiento. Y es que estaba sentado adelante junto al cobrador del micro, quien al abrir su puerta dejaba entrar al viento. Ese viento carajo, cada vez que entraba era para cachetearme súbitamente e irse rapidito. Decidí entonces, plantear una estrategia. Cada vez que el cobrador abra su puerta y el viento entre con su sonrisa burlesca e invisible me haría el loco. Sí pues, le seria indiferente, y si bien este iba a seguir entrando, quizás con el tiempo yo me olvidaría que estaba ahí y me dormiría.
Un rato después se fueron cerrando mis ojos. Una última sonrisa se dibujó en mi rostro. Mi estrategia con el vientito este había sido exitosa. De pronto una señora se acerco a la puerta y le dijo al cobrador: “baja en la esquina”.
Mis ojos nublados divisaron algo morado al frente. Mis sentidos detectaron una probable discusión y solo por eso decidí abrir un poco, solo un poquito, mis ojos. Vi una señora de cabello rojo, de contextura gruesa y de unos 45 años agarrándose del asiento más cercano a la puerta.
-         Señora, este no es paradero pe, la puedo dejar en la otra esquina- sostuvo el cobrador entre asustado y arrebatado.
-         ¿Cómo que no? Oiga, toda la vida me he bajado acá- dijo indignándose rápidamente.

El cobrador abrió la puerta, no se para qué, y la cerró rápidamente. El viento entró, me cacheteó y se fue riendo. Abrí mis ojos y ya derrotado por el burlón que se fue, me dispuse a escuchar la discusión.
Un  señor de camisa blanca, un poco calvo y de unos 36 años se acercó a la puerta.
-         Ya ya, baja en el paradero, no molestes hombre- concluyó con su vozarrón el senior calvo.
Una mujer muy delgada, de unos 30 años y de ojos escondidos también se acercó a la puerta y se ubicó detrás del senior.
-         Oiga chofer, su cobrador no me quiere dejar bajar- dijo la señora de morado.
-         Señora, por acá hay policías pe señora y eso no es paradero- explicó el cobrador.
-         No me venga a decir que usted cumple las reglas pues hijito, encima que me está cobrando 1 sol cuando debería cobrarme cincuenta por la distancia- se defendió la señora.
-         Pero seño, no se puede pe, a la firme pe, sino normal pe señora- seguía explicando el cobrador.
-         Toda la vida hemos bajado acá, por que usted va a ser diferente. Baja por favor, ¿ya?- dijo el señor calvo con una voz más firme y amenazadora.

Era muy notorio que la mujer delgada y de ojos escondidos también quería bajarse e hizo unos gestos de molestia mezclados con unas muecas muy parecidas a lo que se conoce como sonrisa. Llegué a la conclusión de que se trataba de una especie de  mecanismo automático tras observarla detenidamente en ese corto tiempo. El mecanismo funcionaba así: apenas había una minima expresión de molestia facial o de zapatear el piso, se activaba una sonrisa y luego, rápidamente, esta mujer manteniendo su sonrisa, miraba a su alrededor como buscando algo. Era raro, ataba sus emociones como para que no veamos su molestia, pero las mostraba un poquito y disimuladamente para que por lo menos alguien se de cuenta.
Yo me di cuenta, pero también otro. Un hombre a mi costado de unos 38 años, con camisa blanca y  corbata roja también la estaba viendo fijamente.
-         Cobrador, déjelos bajar, por favor. Esta siempre ha sido mi ruta y todos los micros dejan bajar en esa esquina a todos- sostuvo educadamente el señor de camisa y corbata roja.
-         De ninguna manera, señor. Disculpe, pero déjenos hacer nuestro trabajo bien pues. Este no es un paradero, por favor, ya nos han fregado bastantes veces acá…- sostuvo firmemente el chofer.

Faltaban unos cuantos metros para la esquina y comencé a ver las calles a través de mi ventana para ver si encontraba un policía por ahí. Había uno a lo lejos. El micro se detuvo en la esquina y el cobrador no abrió la puerta. De pronto varias personas en el micro hicieron sentir su peso.
Escuché frases como: “malo”, “estos ignorantes”, “pendejo este que ahora quiere hacer cumplir las reglas”, etc.
El cobrador se quedó en silencio y volteó su cara contra la puerta. Solo volteó un segundo, como para ver si entre todos esos rostros había alguien que lo entienda.
-         Oye, pendejo te crees, devuélveme mi pasaje si no me vas a dejar bajar…- sostuvo el señor calvo.
-         Tss, habla bien pe- se defendió el cobrador.
-         Ay, por favor estoy apurada- exclamó tímidamente  la mujer de 32 años mientras zapateaba contra el piso.
El hombre de 38 años y de corbata roja le comentó a la mujer de 32: “así son estos, bien tercos”.
-         Ay, sí. Tengo que llegar rápido, porque si es muy tarde roban…- le dijo la mujer de 32 sonriéndole al hombre de 38.

El ambiente en el micro estaba totalmente tensionado. Algunos hablaban y otros solo miraban. Las señoras en el asiento reservado comentaban indignadas. Una de ellas exclamó: ¡Por eso el Perú está así!

Había tráfico y estábamos a punto de pasarnos ya la esquina.

-         Malcriado, devuélvenos nuestro pasaje ahorita mismo o déjenos bajar pues, ¿qué te has creído?
-         Pero no se puede seño, no entiende. Puede haber un policía- sostuvo el cobrador con ganas de ceder ya.

 Sí pues, había un policía a lo lejos. Este era un señor barrigón con apariencia bonachona.
La presión fue tal en ese instante que el cobrador con la mirada le preguntó al chofer qué hacer en esta situación. El chofer por el espejo de adelante le respondió encogiensode de hombros. El cobrador abrió la puerta y la señora de morado y el señor calvo bajaron rápidamente mientras lo insultaban. Cuando la mujer de 32 años se alistaba para bajar sonó el temido pito.
-Oiga señor, esto no es paradero. Sus documentos por favor- sostuvo con firmeza el policía que parecía ser solo bonachón.
La mujer se quedó dentro del carro y los otros dos señores que bajaron se quedaron en la esquina como esperando cruzar. Todos en el micro esperamos un rato mientras el policía y el chofer hablaban. Tras un rato el policía entro al carro y nos pidió que nos bajáramos del micro.
Nos bajamos todos en silencio, nadie dijo absolutamente nada.
Me molesté conmigo mismo por no haber intervenido. Me molesté con el cobrador y el chofer por no haber sido consistentes. Me molesté con la gente del micro, quienes solo pensaban en ellos mismos.
Ya cuando me iba hacia el paradero pude ver a lo lejos que el hombre de camisa blanca y corbata roja se iba conversando con la mujer de 32 años. Pude ver que algunos ni le pedían su pasaje al cobrador y otros pocos sí. También vi al chofer sacando plata de sus bolsillos y parecía que no recaudaba ni 20 soles.
 Ese día llegué tarde a mi casa. El viento ya frío de la noche y ganador me despertó y no pude dormir temprano. Perdí mi batalla.