Un borracho en San Miguel
Mamá voy a salir a jugar partido- dije yo apuradísimo.
Mamá voy a salir a jugar partido- dije yo apuradísimo.
- Ya, cuídate – gritó mi mamá a lo lejos.
Salí corriendo por la puerta principal de mi casa apuradísimo y excitado. Era como si estuviera tocando Led Zepellin en mi ¿jardín?, aquel terreno sucio y baldío que habíamos bautizado con diversos nombres como “Cerro de Pasco” y que estaba al frente de mi casa en el parque.
Al llegar veo que algunos de mis amigos ya estaban jugando a darse pases con la pelota. Saludo a uno que otro y me integro en el jueguito de los pases.
Eran ya casi las 3 p.m y todavía no llegaban todos a “la pichanguita”. Eso me molestaba infinitamente, no lo podía concebir. Teníamos que aprovechar el tiempo para poder jugar más tiempo, por lo menos hasta las 8 p.m. Debido a que algunas mamás de mis amigos se molestaban si estos llegaban tarde, teníamos que comenzar lo antes posible. Por ello, calculando desde las tres hasta las 7, íbamos a poder jugar lo suficiente y de ahí ya nos poníamos a jugar otra cosa hasta las ocho.
De pronto, de a pocos fueron llegando de almorzar los que faltaban a la " Bombonera" sanmiguelina (o Cerro de Pasco), estadio que servía de cancha provisional, pues siempre ansiábamos jugar en el Old Trafford de Pando. A diferencia de " La Bombonera ", esta era una loza deportiva gigante ubicada entre los árboles del parque.
Mientras esperábamos a estar completos, Guallo nos propuso jugar “al relojito”. Para mí ese era un reto de vida o muerte y equiparable a los del juego de La Oca , un programa que por aquella época nunca me perdía.
Sentía que esta vez sí podía ser “el campeón del relojito”, un torneo que con el tiempo había adquirido mucha importancia. Lograr un puesto entre los mejores en este torneo te elevaba a la respetadísima posición de “gran relojero”, condición que te permitía ser venerado por algunos días.
Sentía que podía ganarle a mis más directos rivales: Guallo y Benja.
Guallo no era un gran jugador de fútbol, pero dominando el balón era uno de los más técnicos, un clase A que ya tenía mucha experiencia en estos torneos. Tanto así que a su corta edad ya se había ganado el apodo de “el veterano”. En cambio, Benja era un jugador completo: bueno jugando y bueno dominando.
De los 12 que ya éramos, 8 empezamos a jugar “al relojito”. Todos estaban con ganas de ganar, hasta los más malos en estas artes como Juanito, quien se caracterizaba más por su juego fuerte y por su buen disparo en la cancha. La competencia estaba durísima y tenía que hacerlo bien. Decidí y me propuse la firme idea de que debía concentrarme en hacer bien mis pataditas y no reírme en ningún momento ni entrar en la chacota con el grupo.
Estaba de un momento a otro bien serio, tan serio como Clint Eastwood en sus películas.
De repente, empezó el torneo y el primero tenía que hacer una patadita. Yo era cuarto en la redondela que habíamos formado y tenia que hacer 4 pataditas sin que caiga al piso la pelota.
- Las hago al toque- pensaba.
Pero no podía confiarme por que antes ya había perdido al no esforzarme lo suficiente.
Mientras Jorge hacia sus 3 pataditas, sabía que cuando llegaramos a 20 “la cosa iba a estar candente”.
Hice mis 4 y tranquilo. Le tocaba a Diego hacer sus 5 y a esperar a que me toque de nuevo.
Mientras nosotros jugábamos, junto al árbol se pusieron a conversar otros amigos sobre algunas chicas que caminaban por ahí. Estaba Cristian, quizás el mejor jugador del fútbol entre nosotros por aquella época; Danielito, el hermano de Juanito, quien no jugaba tan bien fútbol; Genaro, un amigo que era mayor que nosotros; y Mauricio, el hermano menor de Diego.
Le tocaba a Benja y rogaba para que se le caiga el balón. Pero era muy técnico el chato ese. Era un poco mayor que nosotros y tenía mucha confianza. Sin embargo, me daba la impresión de que no sentía tanto el fútbol, no como Diego. Este último jugaba muy bien. No tenia tanta técnica para las pataditas, pero se esforzaba bastante e iba mejorando. Creo que era por que le gustaba mucho los retos y jugar partido.
Ya cuando faltaban dos para que me toque de nuevo, me di cuenta de que alguien estaba pasando por el caminito que dividía el parque y que estaba junto a mi jardín. Cuando ya faltaba uno para que me toque, dejé reposando un rato al silencio y le dije a Juanito que había un tipo mirándonos jugar.
- Parece un borracho- exclamó Juanito a la vez que se dibujaba una sonrisa en su rostro.
No me podía desconcentrar, pues ya era mi turno. Hice las pataditas que tenía que hacer y trate de seguir concentrado.
- Fácil le gusta vernos jugar y no es borracho- dijo Diego tímidamente.
De pronto y confirmando algunas expectativas, el borrachito se puso a cantar muy alegre mientras hacíamos las pataditas, se notaba que estaba borracho.
- A comer pastel, a comer lechón, arroz con gandul…- cantaba el borrachito.
Todos reían, pero nadie se descuidaba por que la competencia era ardua.
“El borracho" era un tipo un tanto mayor, quizás bordeaba los 50 años. Era delgado, muy colorado y llevaba un saco marrón, una camisa blanca y tenía el gesto que tenían todos los señores en esas fiestas para gente mayor en la que tomaban cerveza: sin duda estaba borracho.
Sacó una botella del bolsillo de su saco y bebía de tanto en tanto. Sus cánticos y sus chistes nos divertían. No solo ya lo habíamos contratado como cantante, sino también como comentarista. No tenía nada que envidiarle a Barnechea o Beingolea. Cada vez que alguien empezaba a hacer pataditas él la comentaba como si fuera un partido de Brasil vs Italia.
- La agarra el gordito y la levanta con precisión…que maestro…- exclamaba el borracho mientras que Juanito se inflaba y se ponía todo rojo.
La competencia seguía y dos ya habían sido eliminados: Rafa y Juanito. Eran candidatos fijos a perder, por que las pataditas no eran lo suyo.
El nivel de dificultad era mayor, pues ya habíamos llegado a las 15 pataditas. Fueron perdiendo uno por uno al ritmo de la música de fondo del borrachillo hasta que quedamos finalmente 3: Benja, Guallo y yo.
En la historia de este torneo hubo finales inolvidables en las que con Guallo o el mismo Benja llegábamos a 100 pataditas o más.
A decir verdad, cada uno tenía su buen currículum: yo venía de entrenar en Coca Cola en la Videna , donde fui campeón en el torneo de pataditas al hacer 180, o sea ya me había ganado mi respeto.
Guallo, según él, también era campeón en su colegio. Si era mentira, no importaba, igual ya conocíamos sus habilidades.
Sentía que esta vez podía campeonar. El borracho desde su lugar en el caminito nos daba consejos a los tres. Nos reíamos todos, pero lo escuchábamos.
- Yo he sido jugador de fútbol, en el mítico Atlético Chalaco- exclamaba con orgullo el borracho.
- Yo lo conozco- le respondí.
- Mi tío me había contado varias historias desde chiquito de ese equipo que ya no era muy conocido- sostuve entre serio y nostálgico.
Nos dijo que debíamos darle a la pelota con el empeine y suavecito para que sea mas fácil.
Después de algunos consejos nos alentó para que siguiéramos con el relojito, pues tenía que haber un campeón.
Tenía razón, alguien tenía que campeonar y ese tenía que se yo. Durante todo el torneo mientras cantaba el borracho me reía y me inspiraba. Pero ahora necesitaba paz y tranquilidad; necesitaba concentrarme.
El turno era de Benja. Tenía que hacer 58 pataditas. El borracho empezó a entonar una nueva canción de salsa y yo lo observaba. Cuando jugábamos una sonrisa interminable se posaba en su rostro, pero cuando dejábamos de jugar se perdía entre la maleza, el jardín y el piso.
Pero poco importaba eso y en verdad ya me hartaban sus canciones por que debía ganar. Tenía que concentrarme y sus alaridos empezaron a incomodarme.
A Benja se le cayó dos veces el balón y esta era su última oportunidad. De repente hizo 81 de las 58 que tenia que hacer y seguía en carrera.
Me tocaba a mí. Estaba un poco desconcentrado
- Vamos sobrino, fuma el barco, fuma el barco- volvió a cantar el colorado borracho.
Se me cayó la bola cuando iba 20 pataditas. Era mi segunda oportunidad y me dieron ganas de callarlo. Parecía no entender la importancia de este suceso. Tenía que hacer 56 y hice 45. Mi tercera oportunidad me obligaba a cumplir con la cuota. Todos me miraban, todos estaban atentos.
Iba 30 pataditas y me sentía nervioso. Mientras yo llevaba la cuenta en mi cabeza el borracho cantaba con más empeño. Yo decía 31, y el borracho decía gandul, yo decía 32, y el borracho decía sabor, yo decía 33, y el borracho decía salsa. Dejé de llevar la cuenta cuando todos empezaron a aplaudir mientras el borracho cantaba. Eso me gustó, me confundí con el ritmo y me afané. Parecía que nunca se me iba a caer la pelota y de repente se cayó.
No sabía cuántas había hecho. Tenía miedo, creía que había perdido y estaba a punto de estallar. Nadie me decía nada y tampoco quería preguntar. Me quedé en silencio esperando que alguien se anime a dar el veredicto final. Todos seguían sin hablar.
-Bien sobrino- dijo el borracho.
Escuche por ahí que me había hecho como 83 pataditas. Respire tranquilo y me hice el que ya sabía cuantas había hecho.
Le tocaba a Guallo hacer 56 e hizo 102 con fácilidad en su primera oportunidad, casi sin sudar el conchesumadre.
Seguimos sin dar tregua por buen rato. Nadie quería perder. Todos tenían sus favoritos. Unos votaban por mí, otros por Guallo y otros por Benja.
Llegamos a 80 y Benja ya estaba cansado. Perdió así nomas, no pudo en su tercera oportunidad.
- Mucha cosa, ya estaba cansado- dijo mientras se sentaba junto a todos cerca al árbol.
Quedábamos solo Guallo y yo.
Hice las 80 en mi primera oportunidad y se la pase a Guallo. Este cogió la pelota e hizo 135 pataditas. Sí, 135 exactamente por que las conté una por una. Me la había puesto difícil.
Era el torneo más largo de todos, tan largo como las batallas de los mil años de los caballeros del zodiaco. No solo eso, era el mejor torneo por todo. Había música, expectativa, bailes y aplausos.
El borracho empezó a cantar justo antes de que empiece a dominar la pelota. Sí puedo, me decía a mi mismo. Estaba concentrado y ya cuando iba 50 escuchaba como la gente murmuraba. Podía sentir como la gente se afanaba. Le podía ganar a Guallo pensaban todos y también yo. Conté cada una de mis pataditas. Utilicé la cabeza, el muslo, el pecho y ambos pies. Cuando iba 155 sentía que el borracho estaba alegre, había dejado de cantar y me alentaba para que siga por más.
Llegue a 198 pataditas esa vez. Me sentí como Van Basten, como Oliver Atom. Levanté la mirada y Diego me dijo que había hecho bastante. A lo lejos todos corrían a la cancha de fútbol del parque. Se habían ido “los grandes”, esos que nunca nos dejaban jugar, y era nuestra oportunidad para utilizar la cancha. Cogí la chompa que estaba en el árbol y empecé a caminar lentamente hacia la cancha.
- Chau campeón, como en mis mejores épocas, a lo Cueto- dijo despidiéndose el borracho.
Guardó su botella y se fue caminando por la avenida Riva Güero.
Ya nadie se acordaba que había campeonado y que había hecho 198 pataditas.
Llegué a la cancha y volteé para buscarlo. Se iba a lo lejos caminando lentamente.
- Allá va el borracho- dijo Jorge.
- Jeje, cague de risa el borracho- dijo Benjamín.
Así lo bautizamos, como "el borracho".
Al día siguiente a la misma hora estábamos jugando partidito de nuevo en mi jardín y esperando a que terminen de nuevo “los grandes” de jugar en la cancha. El borracho nos saludó y se quedó parado en el caminito al costado de mi jardín. Ahora se fumaba un cigarro. Después de un rato se fue.
A la semana siguiente, pasó lo mismo. Jugábamos y él se apareció. Prendía su cigarro y nos observaba jugar. Se reía o se molestaba. Ya nos habíamos acostumbrado a que nos vea jugar. Era nuestro nuevo acompañante, como si fuera nuestro entrenador. Cuando terminó su cigarro se fue.
Al día siguiente, estábamos jugando a las 12 p.m. en la canchita. Era nuestra, como nunca, y eso gracias a que jugábamos con nuestros amigos mayores. Ya no nos iban a botar de nuestra cancha.
Era un partido importante, por que estaban todos los del barrio. Escogimos la gente y cada uno se fue para el lado de su cancha con su equipo.
El borracho con un andar tranquilo se apareció temprano. Caminó hacia unos arbustos cerca de la cancha, los acomodó y se formó una especie de banquita para sentarse a ver el partido.
El partido empezó y estaba concentradísimo. Sin embargo, sentía algo raro. La gente parecía que estaba preocupada por otra cosa. Alguien botó la pelota lejos y nadie la recogía. Me molesté y decidí ir a traerla.
Mientras me dirigía hacia la pelota, escuché como Genaro le reclamaba algo al borracho. Este se paró y empezó a caminar en dirección a la avenida Riva Güero.
- Vete borracho cagón- le grito otro amigo de los mayores que estaba por ahí.
- Fuera borracho pendejo- gritaba otro mientras se reía.
Ya cuando regresaba con el balón vi su rostro. Estaba triste y sorprendido, pero no dijo nada. Solo seguía caminando lentamente hacia la Avenida.
Cuando volvió a voltear hacia la cancha le empezaron a llover piedras.
- No jodan, dejen al borracho, hay que jugar- grité.
- Borracho- gritaba alguien por ahí excitado con la situación.
Varios de mis amigos le tiraban piedras desde la cancha, sobre todo los mayores, y otros nos quedábamos mirando.
- Ya fue, ya se fue- le escuché decir a alguien con pena.
Esa vez odié a mis amigos que eran mayores, no se por qué habían hecho algo así. Y no me importaba que nos hayan ayudado a los “menores” a jugar en la cancha. Pensaba que alguien de nosotros, le había contado que era un borracho que nos fastidiaba siempre. Quizás pudo ser eso.
El borracho volteó una vez más cuando ya había cruzado la pista. Esta vez estaba más colorado que nunca. Tenía el mismo gesto de sorpresa y tristeza.
Un bus blanco pasaba y con la mano lo llamó despavorido. Se subió y nunca más lo volvimos a ver.
Algunos le tenían miedo a los mayores. Yo ya me había peleado con ellos, pero si me peleaba solo probablemente me iban a pegar. Me quedé callado y decidí meterle foul a todos esa vez, sin ninguna excepción.El piloto
Quería ser piloto…
Pensé, “ aquí soy libre de decidir lo que quiero ser; no será difícil, pues si me esfuerzo saldré adelante”.
Sí, tuve la opción de ser piloto. Mientras otros estudiaban en la universidad yo buscaba ser piloto a como de lugar. Cuando me gradué de piloto estaba feliz, era lo que yo había escogido ser.
Pasaron los años y solo a veces era feliz. No ganaba mucho como piloto, me recortaban los sueldos mientras que yo tenía más pagos, empecé a tener deudas...
Al menos a veces fui feliz, como cuando venían algunos clientes y me veían como alguien importante o como un especialista.
Siguieron pasando los años y tuve un hijo. Lo crié bien, creo, lo llevaba a pilotear de vez en cuando.
“La comida cuesta mucho…el colegio también”. Sin dinero, tuve que usar mi tarjeta de crédito.
“Las tarjetas de crédito, ¡qué joda! Debo una millonada ahí y solo por comida, ropa y colegio”.
No solo estaba el gasto del colegio de mi hijo, sino que yo estaba siguiendo un curso de especialización para pilotos, pensé que con este ganaría más. Ahora lo he tenido que dejar porque debo pagar lo de mi hijo, “con tantas deudas y multas por no haber pagado a tiempo el curso me ha salido caro”.
Aparte de ser piloto, he tenido que repartir periódicos, hacer taxi, posar desnudo para algunos estudiantes artistas…trabajos menores, “cachuelitos”. Por donar órganos pagaban bastante; un amigo piloto creo que lo hizo. Pero yo tenía miedo, por que pensaba que me podía morir.
Mi hijo ahora tiene 17 años y no quiere ir a la universidad, también quiere ser piloto. Y si bien la carrera de aviación no cuesta mucho, aún así no me alcanza para pagarla. “La verdad no quiero que sea piloto”.
¡Oh Dios, que tonto fui!, hubiera preferido trabajar en otra cosa. ¿Perseguir mi sueño?, sí fue bonito en un inicio, pero después fue una pesadilla.
Recuerdo en las reuniones de ex alumnos a muchos amigos que trabajaban en otras cosas más serias. Tenían dinero, una linda familia creo, no lo sé; por lo menos no vivieron mi pesadilla.
Ahora no sé que hacer, “Creo que trabajaré en Chillis. Pagan regular, a veces, hasta más que como piloto”.
¡Cómo pude perder el tiempo tratando de ser piloto, cuando pude haber sido otra cosa! Ya soy viejo.
“Acabo de encontrar un buen trabajo. Me pagan bien. No hago lo que quiero, pero creo que me acostumbraré. Solo tengo que vender unos productos para una pequeña empresita…creo que trabaja con el extranjero. Parece bueno. Ahora sí llevo el pan a mi familia. Hasta panetón.”
“Sería bueno que el seguro de mi pensión no fuera tan costoso, al menos es un tanto bueno, porque si me pasa algo mi esposa y mis hijos tendrán una ayudadita”.
“Creo que mis hijos están mas alegres ahora”.
Se anuncio que la empresita podía quebrar. Lo bueno es que por esa época había un candidato a la presidencia que decía que nos iba a ayudar.Todos iban a votar por el en el trabajo, había que votar por el, no vendría mal que la empresa este bien y así pueda ganar mas. Pagaría mis deudas y ayudaría a mi familia.
Se anuncio que la empresita podía quebrar. Lo bueno es que por esa época había un candidato a la presidencia que decía que nos iba a ayudar.Todos iban a votar por el en el trabajo, había que votar por el, no vendría mal que la empresa este bien y así pueda ganar mas. Pagaría mis deudas y ayudaría a mi familia.
Bueno, fue bueno mientras duró, La compañía cerró. “¡Que cólera!”, no me pudieron pagar los sueldos de los últimos meses. Había trabajado mucho, hasta más que esos jefes que solo tomaban café cuando nos visitaban. Daban unas cuantas órdenes. Siempre nos hacían trabajar un poco mas de horas y nos decían que habíamos entrado en una pequeña recesión por lo que nos pagarían un poco menos. Una que otras veces organizaban fiestas grandes. Eso sí me gustaba.
Estaba en bancarrota ya la pobre empresa. Creo que se la vendieron a otra empresa más grande. “Qué cólera. ¿Qué haré ahora siendo tan viejo? Buscaré trabajo en esa empresa grande…”
“Estoy mejor, conseguí trabajo en Mc Donalds, hay un trabajo como parte del programa para el adulto mayor. Solo tengo que freír hamburguesas y ya”.
Hubiera preferido hacer otra cosa la verdad, trabajar en una empresa no como obrero, sino como empresario. Mis padres tenían un poco de dinero y creo que hubieran podido pagarme una carrera. Hubiera sido lo mismo, deudas y todo, pero no hubiera estado en esta situación.
Mis hijos me quieren, pero siento que nunca les di mucho. Que tonto fui caray.